GOLPES DE MAR EN EL BLOG DE LUISA MIÑANA
Antón Castro, el mago, ha creado un mundo que ha sido pintado con todos los colores de los golpes de mar cuando rompen contra las rocas y salpican el aire, kilómetros alrededor. La tierra en ese mundo respira por la bruma. En ese mundo el tiempo se enreda y desenreda entre las copas de los árboles, se demora en ecos legendarios y sale al encuentro del lector por las cunetas de los caminos copado de historias y personajes que, como en un retablo de mil sabores, van alzándose ante mis ojos en una danza lenta de misterio y pasión. El mago Antón Castro, desde una esquina de su mítico mapa, se asoma con tierna melancolía sobre su territorio literario y susurra a cada uno de sus personajes como fue que llegó hasta allí y qué es lo que se espera que haga. Algunos no le hacen caso y escapan lejos, y el meigo Antón tiene que levantar el vuelo y hacerlos regresar a las páginas que se extienden entre el mar y Baladouro. La bruma del mar es el misterio y la magia que transforma Galicia, que permite que no haya límites ni fronteras entre la realidad y lo imaginado. La bruma del mar, encendida de luces en la noche, le entorna los ojos al meigo Antón y le hace ver más allá del sol. Y más allá del sol, cuentos de atardecer, crece su libro.
Empecé a escribir mis impresiones sobre "Golpes de mar" hace un poco de tiempo y en otro tono, digamos más "analizoso". Pero no me gustaba. No podía hablar del farero Buxán, de Graciela Gestal, - que busca en la montaña el amor que le arrebató el mar,- de Elba, -atada al mar como a la muerte- de Tristán Fortasende -empeñado en que el viento del mar fecunde sus yeguas-, de Clara y Alexandre,-que sólo pueden vivir amándose con un amor prohibido, acantilado y mar-, de Antía -entregada a un único amor en brazos de muchos, como las olas del mar-, de Gomesende, -el pobre marino incapaz de comprender tanto amor incontenido como una tormenta en el mar-, o de Beatriz de Sousa - la imagen del amor nunca alcanzado, como el horizonte del mar-, no podría hablar de todos ellos como quien lo hace de personajes a los que sólo les suceden cosas y accidentes lingüísticos y literarios, sin más. No era capaz. Todos ellos son carne de cuento que aparecen y crecen ante mis ojos como genios de leyenda para de repente esconderse en mi puño y palpitar en las venas del lector, que siente que allí está el sentimiento que uno debe tener cuando vive en el final del mundo. En el final del mundo todo le puede suceder a uno.
Yo no sé si he entendido la magia de Antón como él quiere que la entendamos. No me sé sus trucos. Su prestidigitación es la de los contadores de historias de caminos: herramientas, las esenciales, las adecuadas; bien empleadas y ayudadas de la mágica insuflación del contador que sabe. Así que yo he leído este libro de Antón Castro con muy abiertos ojos, como siempre miro al mar, pero con más abierto corazón, porque me parece que con él lo he entendido. Qué le voy a hacer. He disfrutado muy especialmente con "Memorias de Elba", "Vida infame de Tristán Fortasende", "El jardín después de la lluvia", "Dos tardes con Beatriz de Sousa" y "Antía y el fantasma del mar", pero hay, creo, que otros once cuentos más para ser tan melancólicamente feliz como una camelia.
Fotografía de Pippi Tetley.
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Luisa -