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Golpes de mar de Antón Castro

ROSA TABERNERO ESCRIBE SOBRE GOLPES DE MAR

La profesora Rosa Tabernero leyó este texto sobre Golpes de mar de Antón Castro en la presentación del libro en Huesca.

No hace demasiado tiempo, corría el mes de octubre recién estrenado, tuve la ocasión y el honor de presentar a Antón Castro, como inaugurador de lujo de unas jornadas que en aquel momento versaban sobre la literatura, sobre la literatura infantil y juvenil, literatura al fin y a la postre, bien lo sabe el señor Castro aquí presente, bien lo sabe, digo, porque él ha sido uno de los artífices de que la literatura infantil y juvenil sea visible en una sociedad que, en más de una ocasión, se obceca en ignorar algunas artes para destacar otras que interesan un poco más.En aquel momento, presenté a Antón como “un hombre de palabra”, me refería así a él, distorsionando esas frases hechas que lo dicen todo sin apenas decir nada. Entonces regaló al auditorio un cuento precioso, Jorge y las sirenas se llamaba, el cuento de un niño que tenía sirenas en la bañera, una sirena, o eso decía, o eso le parecía, o eso parecía a aquellos que visitaban su casa… Yo creo que sí que tenía una sirena en la bañera aunque alguno lo pudiera dudar… Yo la vi, sí…Lo definí como un hombre de palabra. A su “espalda” literaria estaba esa veintena de títulos de los que antes se hablaba y todavía no había salido a la luz su nuevo libro, Golpes de mar. Y hoy, si se me hubieran dejado hablar la primera…, hubiera vuelto a decir que es un hombre de palabra, con más valor que nunca, sabiendo lo que digo.Les contaré que en clase con mis alumnos comprobé lo que puede la palabra, lo que puede el dominio de la palabra cuando empecé a leer el cuento de “Airas Padín” o mejor les cuenta él. Imaginen la situación: que si saco el folio, que si el lapicero de colores, que si apago el móvil, que si antes miro el mensaje que cierto colega o “colego” me ha enviado… y poco a poco,  se fue haciendo el silencio y me escuchaban, cosa que no siempre sucede…):                  La habían casado con el marino más rico de la ciudad. Algunos historiadores con fama de rigurosos no hablan de ciudad, sino que sitúan la historia en Caión; otros, más fabuladores, la suponen acaecida en la mítica ciudad de Duio, que fue sumergida por la aguas, y dicen que fue otro de los hechos maravillosos que provocaron su fin.Sus padres, ante las sorprendentes riquezas del marinero, unas llegadas a sus manos después de muchas navegaciones y otras por herencia familiar, no dudaron en aceptar al pretendiente en la primera insinuación formal que hizo.Ella jamás había conocido varón (…) A mi memoria vinieron aquellas palabras del profesor LLedó, cuando en un artículo sobre la Necesidad de la literatura, decía: En un momento, sin embargo, de esa cultura de la realidad, alguien pronunció ante sus oyentes, con el ritmo pausado del hexámetro: "Canta, Musa, la cólera de Aquiles", y no existía Musa alguna que cantase, ni siquiera Aquiles alguno que se pudiera encolerizar. Y no era la Musa la que cantaba, sino el hombre que decía esos versos, que nos harían emocionar con ellos y pensar, de paso, que las palabras solas eran el origen de esa emoción. Al no podernos conformar a ninguna experiencia pragmática, ese lenguaje nos enseñaba que oír, leer, interpretar se desplazaban ya a un dominio donde la naturaleza del "animal que habla" construía y afianzaba su posibilidad, su liberación y, en definitiva, su humanidad. (El País, 21- 12- 2002) Son las palabras las que nos emocionan y no los hechos. Y eso es la literatura. Del mismo modo recordé cómo Martín Garzo en El hilo azul hablaba de la necesidad de contar sólo por “contemplar el rostro de quien nos escucha”. El poder de la palabra, las palabras del día y de la noche…Y Antón es un hombre de palabra, un contador, un fabulador sublime, les diré por qué, les pediré que me crean.         Es un maestro de la oralidad. Ya lo apuntaba José Luis Calvo Carilla en un estudio espléndido publicado en la también esplendida revista Rolde de Estudios Aragoneses. Hay que estar muy seguro, en un momento en el que parece  que el cuento y la novela caminan por los derroteros más ajustados  a la realidad, a la experiencia, a la cotidianeidad que deja de serlo, a la teoría de Cortázar, en suma, hay que dominar la palabra y creer en ella como él lo hace, para apostar por la tradición oral, teñida, por supuesto, de los ecos de Borges, Ovidio, Tabucchi, García Márquez… del mejor García Márquez, el de -Los tiempos del cólera-,  de Cunqueiro, Rivas –qué hermoso y qué generoso el cuento de “El hermano que le inventé a mi hermano”. Claro, él es gallego y nos lleva ventaja en todo. Yo creo en la narrativa gallega como también creo en que “las yeguas eran fecundadas de noche por el viento del mar y que se convertían así en inmortales, como decían los antepasados celtas…” Antón es un maestro de la oralidad, un fabulador. Quizá sea el narrador que él construye su mejor y mayor seña de identidad; un narrador que nos tiende la mano, que nos pide que creamos en él, un narrador muy propio de aquellos cuentos que conformaron nuestra niñez y que descubrimos en Golpes de mar, “La serpiente de siete cabezas”, los ecos de Apuleyo –Psique y Cupido en “Vida infame en Tristán Fortesende”- un narrador que nos solicitaba un pacto, un acto de fe, un narrador que lo sabía todo y que Antón Castro hace suyo, ofreciéndonos simultáneamente signos inequívocos de su vulnerabilidad, de su falta de fiabilidad:  Los hechos que sucedieron a partir de aquí admiten las más variadas opiniones. Unos las califican de improbables, otros de fábulas maravillosas, extraídas de libros antiguos de mitologías… Qué más da, si fue o no fue verdad, qué más da. Como el narrador tradicional –ya subvertido por la contemporaneidad-, quiero creer en este narrador, en lo que dice, porque lo necesito. La ficción es autónoma, eso lo sabe Antón Castro y sólo esta idea le permite servirse de la ficción para iluminar la realidad y apoyarse en la realidad para dar sentido a la ficción. Antón es un maestro de la oralidad, además, porque sabe cuidar el mar, déjenme que parafrasee los versos de Brassens. De él, de sus lugares ficticios o no, de Caión, Baladouro, ha tomado la sensualidad, la humedad, la magia de toda su prosa. Oigo el mar pero no tanto por el vocabulario, los paisajes, no, no… Es el tempo con el que cuenta, es el vaivén de la prosa, son los golpes… golpes de mar.  Uno de los cuentos que más me ha impresionado, que más me ha emocionado es el titulado El jardín después de las lluvias. Sientan ese tempo del que hablaba: Acerqué el ataúd a un lugar escarpado donde la pleamar golpeaba con furia. Me senté en las rocas y oí la cólera del océano, el vaivén ru de las olas, el viento que zumbaba desde los pinares y peinaba los bajos. Repasé mentalmente mi regreso a Baladouro, mis horas con Clara, a la que una enfermedad incurable acababa de arrebatarme. (…) De repente vi cómo el mar había sacudido el féretro y lo arrastraba hacia su transparencia ideal (…) Y siempre como fondo esa luz oscura del Atlántico de la que hablaba Chillida, la elegancia de la frase que roza la prosa poética, el adjetivo justo… Las palabras nos mecen… Le rogaba A Antón hace unos días, cuando tuve en mis manos Golpes de mar, que siguiera ocupándose del mar, también le decía que la verdad era que yo me ocupaba del mar cuando leía sus palabras. El mar, el paisaje que lo explica, la infinitud, la trascendencia, la mirada de Antón Castro, mirada que comparto –aunque yo no cuento nada- porque también me explica mi mar del norte, cada día un poco más.  La mujer, el otro gran tema de Golpes de mar: Qué decir de la mujer… Tanta postmodernidad nos ha nublado –a mí sobre todo- el sentido a ratos. Y ahí tenemos a Clara y la descripción de ella que realiza el narrador. Es difícil tanta sensualidad en tan pocas letras, la palabra nos emociona, la del narrador, la de quien mira, la de Castro en definitiva. Clara apareció por un sendero del jardín con el pelo despeinado y un largo camisón que dejaba entrever los muslos, promontorios de miel en los senos y una espléndida cintura. (…) Me besó. Ahora me buscó la boca, me mordió suavemente los labios, me ofreció la lengua y sentí una confusa turbación, el impulso incontenible del deseo.  Cómo no recordar a Gabriela Gestal, a Alba de Deus o la propia Beatriz de Sousa. La mujer, el mar, la luz, el ritmo… Un gran fabulador. La mujer de la tradición oral, desgarrada, sentida y transformada en una suerte de semidiosa que siempre acaba confundiéndose con el mar, signo inequívoco de trascendencia.          Y este narrador, como el de la tradición oral, el que bebe en las fuentes de la realidad, sabe distender y salpicar aquí y allá las líneas con un humor que nos distancia y acerca simultáneamente:Así cuando en El paseo de la viuda, uno de los relatos mejores –bueno, a mí me apasiona todo-  que, por cierto, se desarrolla en Huesca –siempre hay en la literatura de Antón palabras para Huesca, una ciudad a la que profesa gran cariño-, Graciela Gestal dice a Leonardo Berdún, a la sazón párroco de Plan, pero “¿quién te  enseñó a ti cómo se monta una mujer?”Del mismo modo, esa Psique gallega que se llama Flora Magán que cuenta cómo su esposo destroza sus vestidos cada vez que la posee, y que con toda la naturalidad del mundo nos cuenta:                  Un día me vi en la obligación de decirle: -“Me estoy quedando sin ropa” Por qué no recordar a Pero da Ponte cuando recibe el Nobel y sólo una es la pregunta que… (Bueno, eso lo leen ustedes) El Macondo particular de Antón Castro, los personajes que van y vienen, una vez más Patricio Julve… Su mundo, que no tiene nada que ver con la realidad o quizá sí, qué más da… El García Márquez de El amor en los tiempos del cólera o el la Historia de mis  putas tristesSomos lenguaje, somos literatura.  Hay algo que a mí no me ha gustado leer, aquella suerte de coda en que Antón confiesa que éste es el final de “una dilatada obsesión, mi mirada hacia el mar, las ballenas, esa región del alma, que se llama Baladouro”.   No me gusta porque, yo, como Sherezade, creo en la palabra para vivir y también para morir, y no gritaré nunca con León Felipe que no me cuenten más cuentos… ¿Saben por qué?Es que yo, como decía García Montero, fui una niña miedosa, sigo siéndolo, no niña sino miedosa y necesito que los cuentos, las palabras, tus palabras, me ayuden a explicar “ese futuro lejano que esconde en alta mar, la realidad de la muerte”. Antón, cuando leía Golpes de mar, recordaba lo que escribía Carrière en El círculo de los mentirosos: Una anécdota persa muy antigua muestra al narrador como un hombre aislado, de pie, en una roca cara al océano. Cuenta sin descanso una historia tras otra, deteniéndose, apenas un momento para beber, de vez en cuando, un vaso de agua.El océano lo escucha en calma.Y el autor anónimo añade:-Si un día el narrador callase o alguien lo hiciese callar, nadie sabe  lo que haría el océano. Quizá yo sí. Por eso, porque fui una niña miedosa, necesito que el narrador no se calle nunca. Antón, lo dicho, va por usted.  

 

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